«¿Quién soy yo?»
Con esta pregunta comenzó el viaje más profundo, más largo y más transformador que jamás imaginé hacer. No me llevó a recorrer el mundo exterior, sino a adentrarme en mí, a iluminar rincones que nunca había mirado.
Recuerdo que todo comenzó en la adolescencia. Un día, intentando agradar a un chico, me comporté de una manera que no era mía. Y entonces lo sentí… qué pesado es ser alguien que no soy.
Ese instante fue un despertar. Y muchos otros siguieron, la mayoría nacidos del dolor. Personas que no supieron cómo tratarme, palabras que me lastimaron, gestos que me hicieron dudar de mí. Quise entender. Y me lancé a buscar respuestas: libros, técnicas, formas «correctas» de comunicarme. Intenté aplicarlas con devoción. Pero en el fondo… algo no encajaba.
No era yo.
Era otro disfraz.
Otro molde.
Otra manera de ajustarme a lo que se esperaba de mí.
Y lo mismo ocurrió con el amor. Quise tener una relación ideal. Leí, aprendí, seguí consejos. Hasta que, sin darme cuenta, estaba más perdida que antes. Llena de reglas, de expectativas, de «deber ser». Y cada vez más lejos de mi propia voz.
Así fui recorriendo el mundo… Y sin saberlo, me fui acercando a mí.
El verdadero viaje comenzó cuando empecé a escucharme de verdad. No desde la mente, sino desde la experiencia viva. La meditación me abrió la puerta. Y el primer paso fue tan simple como abrumador: ver todo lo que no soy. Fui atravesando máscaras, ideas, personalidades. Cada capa que caía me dejaba más desnuda… y más libre. Hasta que un día, me observé como si conociera a alguien por primera vez. Y desde entonces, comencé a tener una cita diaria conmigo misma.
Observaba cómo reaccionaba, qué elegía, qué me apasionaba. Escuchaba mi voz, notaba qué me emocionaba al leer o al hablar. Veía qué me alimentaba… y qué solo me llenaba de ruido. Había descubrimientos dulces. Y otros, incómodos. Pero cada uno era un paso hacia dentro.
Desde fuera, este camino puede parecer simple. Pero por dentro, se siente como caminar por un bosque oscuro… donde una debe prender su propia lámpara para avanzar.
No hay mapas.
No hay guías.
Solo estás tú… y el misterioso arte de volver a ti.
Conocerse no es una meta, es una danza delicada entre lo que eres y lo que creías ser. Y aunque a veces duela, aunque a veces asuste… no hay encuentro más intenso, ni más sagrado, que el que tienes contigo misma.
Saraha
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