Al alejarme de mi casa física, en búsqueda de la felicidad y de dejar mi pasado atrás, creí que comenzar una nueva vida en otro país sería la solución. Imaginaba que, al cambiar de entorno, todo lo que me pesaba quedaría atrás: las heridas, los recuerdos, las creencias. Pensé que esa nueva vida me daría la libertad para ser quien realmente quería ser.
Pero cuando llegué a otro país, con nuevas personas y la supuesta libertad de actuar y vivir como siempre soñé, descubrí algo que me sacudió profundamente: no lo logré. No importaba cuán lejos estuviera físicamente, me llevé conmigo todo aquello que creía haber dejado atrás. Las cadenas del pasado. Los condicionamientos, estructuras, creencias, pensamientos, miedos, y lo más difícil, esas voces internas que estaban tan arraigados dentro de mí no ocupan espacio en una maleta pero que pesan más que cualquier equipaje.
Intentar ser diferente en ese nuevo lugar solo me hizo sentir más frustrada, más perdida. Me veía repitiendo patrones que creía haber superado. Seguía esperando ese amor incondicional de mi mamá que no llegó como lo soñaba, y buscaba figuras que llenaran ese vacío, parejas que actuaran como «padres», que me dieran la seguridad que yo no podía darme a mí misma. Era un círculo infinito. Y mientras intentaba ser más libre y feliz, solo me sentía más frustrada y perdida.
Fue entonces cuando entendí algo esencial: no importa si celebras el Año Nuevo con rituales, si cambias de casa o te mudas a otro país. Dónde sea que vayas, siempre te llevas contigo. La vida no cambia mágicamente con un cambio de escenario si tú no cambias desde dentro.
Cambiar de país no era suficiente para cambiar mi realidad. Seguía siendo la misma persona, con las mismas heridas, los mismos patrones y los mismos «rollos». La frustración no venía de mi nuevo entorno, sino de mi incapacidad de soltar lo que cargaba por dentro.
Lo que marcó la diferencia en mi vida no fue cruzar fronteras externas, sino decidir cruzar mis propias fronteras internas. Fue empezar a cuestionar mis creencias, esas que me habían dicho cómo debía ser para ser feliz. Fue dejar de esperar que alguien más llenara mis vacíos y comenzar a llenarlos yo misma.
Descubrí que el amor que tanto buscaba no estaba afuera, sino adentro. Que no necesitaba a una pareja para sentirme protegida ni a la aprobación de mi mamá para sentirme suficiente. Y lo más importante, entendí que el viaje más importante que podía hacer no era a otro país, sino a mi propio ser.
Si estás buscando un cambio, antes de empacar tus maletas, pregúntate qué estás cargando dentro de ti. No importa si cambias de lugar, si celebras el Año Nuevo con nuevos propósitos, o si comienzas un proyecto diferente. Si no haces el viaje hacia adentro, seguirás siendo la misma persona, solo en un lugar distinto.
Atrévete a mirar dentro de ti. Es incómodo, es desafiante, pero también es la experiencia más liberadora que puedes tener. Cuando empiezas a conocerte, a aceptar lo que eres y a soltar lo que ya no te sirve, algo maravilloso sucede: ya no importa dónde estés, porque el hogar está en ti.
Hoy, puedo decir que realmente vivo. Y no porque haya encontrado el lugar perfecto, sino porque aprendí a encontrarme a mí misma.
Saraha