Vivimos en un mundo donde la soledad parece haber encontrado su lugar en las tendencias actuales. Viajar solo, vivir solo y disfrutar de tu propia compañía son temas recurrentes en redes sociales, videos y publicidad. Hay algo poderoso en aprender a estar solo: desarrollas una relación contigo mismo, descubres tus propias fortalezas y encuentras paz en el silencio. Sin embargo, como en todo, el equilibrio es esencial.
¿Por qué muchas personas parecen preferir la soledad? A menudo, la razón es más profunda de lo que parece. Elegimos la soledad no solo como un acto de independencia, sino como una forma de protegernos. Protegernos de la cercanía emocional, de abrirnos a otros, de la posibilidad de ser heridos nuevamente. Nos alejamos de las conexiones auténticas porque, en algún momento del pasado, nos lastimaron, y esa herida nos ha llevado a levantar barreras emocionales.
Pero aquí está el punto crucial: alejarnos de los demás no sana las heridas. Al contrario, estas permanecen ahí, escondidas, influyendo en nuestras decisiones y relaciones. A veces pensamos que estar solos es la solución, pero solo estamos evitando el verdadero problema: el miedo a ser vulnerables.
Ser vulnerable no significa ser débil; significa tener el valor de ser auténticos. Abrirnos a los demás, permitirnos sentir y conectar, es un acto de valentía que puede llevarnos a un crecimiento personal profundo. Sin embargo, la vulnerabilidad puede resultar incómoda. Puede traer emociones reprimidas como el enojo, la tristeza o el dolor, y nuestra mente, queriendo protegernos, nos empuja a quedarnos en una zona de seguridad. Pero si logramos atravesar esa resistencia, encontramos algo mucho más valioso: una conexión genuina con nosotros mismos y con los demás. No quiero decirte que «tienes que ser vulnerable». Solo quiero invitarte a reflexionar sobre la belleza que se encuentra en el equilibrio. En aprender a compartir, en construir vínculos auténticos, en disfrutar de la cercanía humana, pero también en cultivar momentos de soledad consciente. Estar en nuestra propia presencia y, al mismo tiempo, abrirnos al «nosotros» nos permite experimentar la vida en toda su riqueza. La vulnerabilidad, en ese balance perfecto, no solo nos conecta con los demás, sino que nos conecta con nuestra esencia. Tal vez la verdadera fortaleza no está en huir de lo que nos hace sentir vulnerables, sino en abrazarlo como una parte esencial de quienes somos.
Saraha