Durante mucho tiempo, fui esa persona que se alejaba.
No por falta de cariño, sino por exceso de miedo.
Me aislaba emocionalmente, y pensaba que era normal. Que era simplemente mi forma de ser: reservada, independiente, fuerte.
Pero en el fondo, estaba aterrada. Aterrada de mostrarme tal cual soy: con mis inseguridades, mis emociones a flor de piel, mis contradicciones.
Creía que si me veían sin mis defensas, sin mis paredes, sin mis respuestas inteligentes, me dejarían de querer.
Y entonces, algo cambió.
Descubrí que la verdadera amistad no necesita que seas perfecta para quedarse.
Que hay personas que te miran con todos tus berrinches emocionales, tus idas y vueltas, tus muros… y aún así deciden esperarte afuera con un amor inmenso.
En especial, hay dos amigas que marcaron un antes y un después en mi vida.
Dos mujeres aquí en México que, sin buscarlo, se convirtieron en mi familia.
Durante mucho tiempo no supe cómo recibir su cariño. Luchaba contra eso. Rechazaba gestos de amor porque me incomodaban. Porque me sentía vulnerable.
Y sin embargo, ellas nunca se fueron.
No me exigieron que me abriera, no me reprocharon mi distancia.
Solo estuvieron. Esperando. Acompañando. Amando sin condiciones.
Hoy, sin tener a mi familia de sangre cerca, ellas son mi familia elegida.
Y no exagero al decir que su presencia ha sido medicina para mi alma.
Me enseñaron algo precioso sin necesidad de palabras:
- Que ser sostenida no es signo de debilidad.
- Que la vulnerabilidad no rompe, une.
- Que dejarse mirar también es una forma de amar.
A veces, todavía tiemblo cuando me abro.
Cuando alguien me abraza de verdad, sin juicio.
Cuando me preguntan «¿cómo estás?» y me dan espacio para responder con sinceridad.
Pero a pesar del miedo, me doy permiso. Me doy chance.
De ser amada. De ser vista.
Y en ese gesto, me vuelvo más humana. Más viva. Más simple. Más feliz.
Hoy sé que estaré en los momentos importantes de la vida de esas amigas, como ellas estuvieron —y están— en los míos.
Porque la amistad, cuando es sincera, es más profunda incluso que algunas relaciones de pareja.
No se mantiene por obligación. Solo sobrevive si hay amor genuino.
Y si tú, como yo, alguna vez te protegiste detrás del «yo estoy bien»…
si sentiste que era más seguro no dejar que te conozcan del todo…
solo quiero decirte: no estás sola.
Y si observas que hay personas disponibles para ti,
te invito a que abras un poco la puerta de tu corazón y dejes entrar la luz.
Exprésalo: que estás asustado, que te sentís inseguro, que a veces simplemente no sabés cómo mirar a los ojos.
Porque eso —esa pequeña y valiente apertura— es lo que derrumba cualquier obstáculo en la sincera carretera del amor.
La amistad no siempre llega con fuegos artificiales.
A veces llega en forma de silencio, de escucha, de presencia.
Y cuando la dejás entrar… puede transformarte.
- Saraha
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