Hay quienes viajan para descansar, para desconectarse, para huir de la rutina.
Yo no.
Mis viajes no son vacaciones, son espejos.
Cada destino me regala una versión distinta de mí misma y me sorprende.
Viajar es un puente entre lo que soy y lo que puedo llegar a ser.
🇧🇷 Brasil (Salvador, BA): La libertad y la aceptación
Brasil me abrió de una forma inesperada.
Allí descubrí la libertad de sentir y expresarme, de vivir mis emociones sin miedo y explorar mi deseo sin culpa.
Aprendí a aceptar lo que soy, a abrazar la intensidad y a mirar mi cuerpo como un templo vivo. Mi cuerpo no es enemigo, es un puente hacia el placer y la vida.
Brasil también me enseñó algo más íntimo: darme cuenta de que atraigo, de que hay interés en mí, una apertura para sentirme vista y deseada.
Además, fue un viaje sensorial: desde cómo se disfruta la comida con amor y consciencia, hasta cómo se celebra la vida en cada gesto. Observe cómo la gente elige lo que nutre su cuerpo con amor y consciencia. Cada plato no era solo alimento, era cultura, era respeto por lo que entra al cuerpo.
En Brasil aprendí que vivir es un acto sensual: desde cómo comes, hasta cómo caminas, cómo respiras y cómo sientes.
🇲🇽 México (Los Cabos):
El silencio que abraza
En México, frente al mar, encontré algo completamente distinto: la magia del silencio. Descubrí el placer en la quietud, en mirar las olas por horas y sentir el viento como caricia suave en la piel.
Me enseñó que el disfrute no siempre está en la intensidad, sino también en detenerse y escuchar.
🇩🇴 República Dominicana: La magia de los encuentros
República Dominicana fue conexión humana pura.
Allí fui más abierta, más amiguera, y la vida me regaló personas hermosas que llegaron sin avisar y me dejaron aprendizajes y risas.
Aprendí que la gente es un regalo cuando dejamos de aislarnos y nos dejamos sorprender.
🇨🇴 Colombia (San Andrés): Libertad con límites
En San Andrés descubrí otra lección: la libertad no está reñida con los límites.
Allí aprendí que poner límites es amarme y cuidarme.
También descubrí que puedo crear mi propia diversión, incluso sola.
Y la vida, en su manera sabia, me detuvo: un accidente en el pie me obligó a bajar la velocidad sin perder la profundidad. Fue un recordatorio de que incluso cuando todo parece fluir, el cuerpo pide equilibrio.
Hoy entiendo que no viajo para escapar, viajo para encontrarme.
Cada lugar me muestra una parte de mí que estaba dormida: la mujer libre, la que ama el silencio, la que se abre a la conexión y la que aprende a poner límites.
Viajar es transformación, no porque el paisaje cambie, sino porque algo dentro de mí cambia cada vez que digo «sí» a una nueva experiencia.
¿Y tú?
¿Para qué viajas?
- Saraha
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