Es curioso, pero me atrevo a decirlo: por más bella persona que sea, aceptar a uno mismo es un reto enorme. Vivimos en un mundo en el que el amor propio se siente como un lujo, algo que a menudo olvidamos cultivar. Desde que nacemos, la sociedad nos bombardea con mensajes que parecen ir en contra del amor incondicional hacia nosotros mismos. Nos enseñan estereotipos sobre la belleza, nos dictan cómo debemos reír, trabajar, vestirnos, comer y hasta cómo cuidar nuestro cuerpo. Todo se suma a una narrativa que a veces nos aleja de reconocer lo que verdaderamente somos.
Durante mucho tiempo, me costó mirarme en el espejo y aceptar lo que veía. Hubo momentos en los que, a pesar de verme delgada, seguía comprando la misma ropa de épocas pasadas; mi mente se aferraba a una imagen que ya no correspondía a mi realidad. Al pasar por altibajos, siempre me sentía menos de lo que realmente soy, aceptando esa baja autoestima como algo normal. Sin embargo, llegar a ese punto fue solo el comienzo de un proceso transformador.
El verdadero cambio ocurrió cuando decidí emprender un viaje hacia mi interior. Aprender a hablarme y mirarme sin crítica ni juicio fue, en un principio, algo muy raro. Tuve que dejar atrás la costumbre de compararme con otros y con la imagen que siempre había tenido de mí misma. Fue como descubrir a otra persona en el espejo, alguien con una mirada fresca y nueva. Este proceso de autoconocimiento me ayudó a ver que la imagen que tenía de mí siempre había sido solo una parte de la verdad.
La tecnología y las redes sociales, junto con la fotografía, jugaron un papel inesperado en mi transformación. Al observar mis gestos desde distintos ángulos, pude ver detalles que nunca había notado. A veces me reía de mí misma, otras veces evitaba el reflejo, pero en cada experiencia encontraba algo que aprender. Empecé a construir una conversación interna más paciente y amorosa, una en la que me recordaba que no necesitaba ser perfecta para ser valiosa.
La meditación diaria se convirtió en mi aliada. Al sentarme en silencio y permitirme simplemente ser, descubrí que el amor propio florece de manera natural cuando dejamos de luchar contra nosotros mismos. No se trata de hacer algo extraordinario, sino de conectarnos con nuestra esencia. Cuanto más auténticos y naturales nos sentimos, más belleza se refleja en nuestro exterior; una belleza que es sensual, única y profundamente real.
Hoy, quiero invitarte a que te tomes un momento para detenerte y hablarte con la misma ternura y compasión con la que le hablarías a un ser querido. Reconoce tus imperfecciones, celebra tus logros y permítete ser humano, con todas sus contradicciones y bellezas. Recuerda que cada paso en el viaje hacia el amor propio es valioso y te acerca a la verdadera libertad de ser tú.
En este camino, aprenderás que la perfección no existe; lo importante es la autenticidad, el amor y la conexión contigo mismo. Porque al final, cuando te miras con compasión y sin juicios, descubres que la persona en el espejo es la más fiel compañera de tu viaje.
Saraha
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