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Hay momentos en la vida que nos parten en dos: el antes y el después. La ruptura que viví fue uno de ellos.

No fue solo la pérdida de una relación; fue el derrumbe de una parte de mí. El dolor era tan profundo que mi única respuesta fue cerrar mi corazón por completo. Me prometí no volver a abrirlo jamás. Renuncié a la idea del amor, a esas historias que tantas veces me hicieron soñar con un felices para siempre.

Decidí que era momento de caminar sola. No porque quisiera, sino porque no veía otra opción. Sanar mis heridas se convirtió en mi mayor anhelo.

Lloré durante años. Me quedé atrapada en la espera de algo que nunca volvería. Me tomó aún más tiempo aceptar que quien amé no quería estar conmigo. Y ahí entendí que la herida más profunda no era la separación en sí, sino lo que despertó en mí:

• El miedo al abandono.

• La sensación de no ser suficiente.

• El vacío de una niña que se sentía rota.

Era como si hubieran tomado esa herida y la hubieran abierto con un cuchillo, echándole sal.

El camino en soledad

No fue fácil, pero al mismo tiempo, sí lo fue… porque, de alguna forma, la vida hizo que los hombres dejaran de acercarse. Y aunque al principio me frustraba, entendí que ese espacio me estaba dando la oportunidad de mirarme a mí misma sin distracciones.

Pasé por todas las fases: frustración, tristeza, envidia al ver a otras personas en pareja. Me sentía como un cisne negro, rara, inadecuada, como si hubiera algo mal en mí.

Las separaciones y las pérdidas duelen demasiado. Al principio, uno no quiere entender por qué pasan… solo quiere que dejen de doler.

Pero un día, mi mirada se invirtió. Dejé de buscar respuestas afuera y las busqué dentro.

Y ahí encontré el sentido.

Aprender a caminar sola

Sanar no es un proceso lineal. Es como aprender a caminar de nuevo.

Al principio, solo gateas. Intentas ponerte de pie y te caes. Pero con el tiempo, cada caída duele menos, cada levantada es más rápida.

• Un día ríes.

• Otro, lloras.

• Un día crees que ya lo superaste.

• Al siguiente, sientes que te hundiste aún más.

Hasta que llega un momento en el que te das cuenta de que ya no estás gateando. Que puedes caminar sola. Primero con inseguridad y miedo, pero poco a poco, cada paso se vuelve más firme.

La paciencia se transforma en confianza.

La inseguridad, en certeza.

El dolor, en amor propio.

El regalo inesperado

Y también gracias a mis hijas perrunas, mis más fieles espejos, entendí que estaba en el camino correcto. Ellas me enseñaron a disfrutar lo simple, a pasear sin prisa, a amar sin condiciones.

Hoy, cuando veo a personas que están en soledad, siento una profunda admiración. Porque sé el gran trabajo que implica sostenerse a uno mismo. Sé lo que es reconstruirse desde las ruinas.

Y me doy cuenta de que no hay nada mejor que compartir una conversación con alguien que ha aprendido a disfrutar su propio tiempo.

Porque quien sabe estar en soledad, cuando está en compañía… no está por necesidad, sino por elección consciente.

Y quién sabe… tal vez esa ruptura fue lo mejor que pudo haberte pasado.

Saraha

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