Viajar solo o sola es un sueño que muchos guardan en secreto, pero pocos se animan a cumplir. La mayoría opta por ir en pareja, con la familia o en grupo, tal vez porque la idea de estar completamente a solas con uno mismo parece intimidante. Pero quienes lo hemos hecho sabemos que hay algo mágico en esa experiencia.
He viajado sola varias veces y siempre sucede lo mismo: me encuentro rodeada de personas que vienen en pareja o en grupo. Parejas que, aunque comparten su viaje, muchas veces parecen desconectadas. Algunas llevan libros para llenar silencios, otras se ven aburridas o incluso melancólicas. Quizás porque ambos sueñan con lo mismo: tomarse un tiempo a solas, explorar el mundo desde su individualidad y realmente disfrutarlo.
Por otro lado, están los grupos de amigos: los solteros en búsqueda, los temporales explorando emociones pasajeras o los verdaderos compañeros de vida. Con ellos, muchas veces el enfoque del viaje gira en torno a encontrar algo o alguien: emociones intensas, una aventura romántica o simplemente el próximo lugar de moda.
Pero cuando decides viajar solo o sola, todo cambia. Tu actitud se transforma. Te enfrentas a ti mismo, te conoces más a fondo y descubres nuevas facetas de tu ser. Te das cuenta de lo capaz que eres, de lo interesante que puede ser el mundo cuando lo miras desde tus propios ojos.
Viajar solo te abre puertas que no sabías que estaban ahí. Conectas con extraños, intercambias risas, historias y aprendizajes. Te vuelves un embajador natural de tu cultura, de tu país o del lugar donde vives. Y en ese intercambio, descubres que todos llevamos un poco de todos: sueños, miedos, alegrías.
Al final, viajar solo no es solo un acto de valentía; es un regalo que te haces a ti mismo. Es un recordatorio de que el mundo está lleno de experiencias esperando por ti, y que tú eres suficiente para vivirlas plenamente.
Así que si alguna vez soñaste con hacer ese viaje en solitario, atrévete. Puede ser lo más liberador y transformador que hagas en tu vida.
Saraha