Probablemente ya tengas una respuesta, pero a medida que profundizamos, la pregunta puede volverse más interesante. Analicemos paso a paso.
Quizás has escuchado la frase: «Lo más importante es ser feliz, no ser bonito», como si ambas cosas no pudieran coexistir. Esto puede ser cierto si nos referimos a una felicidad superficial, pero cuando hablamos de una felicidad genuina, las cosas cambian.
Desde que nacemos, ya somos completos y perfectos en nuestra esencia. Con el tiempo, sin embargo, nos alejamos de esa autenticidad debido a los condicionamientos que adquirimos. Ser, en su forma más pura, implica simplemente ser uno mismo. Al descubrir nuestra verdadera esencia y potencial, somos libres de vivir plenamente. Es en este proceso de autorrealización donde florecemos y descubrimos quiénes somos realmente.
La verdadera dicha surge de ese autodescubrimiento, y aquí es donde encontramos la clave: la felicidad auténtica es una consecuencia natural de conocer y aceptar nuestra esencia. Y la belleza, en su expresión más profunda, es una manifestación externa de esa dicha interior.
A menudo asumimos que las personas atractivas tienen vidas fáciles y felices. Pero, ¿es la belleza física garantía de felicidad? La realidad es que la felicidad no siempre va de la mano con lo superficial. Una persona puede tener una apariencia agradable, pero eso no asegura una vida plena.
Cuando profundizamos, descubrimos que la verdadera belleza nace de la paz interior y la conexión con uno mismo. De esta manera, la belleza y la felicidad se entrelazan, ambas siendo un reflejo de nuestra autenticidad y armonía interna.
Al comprender esto, podemos redefinir lo que significa ser bello y ser feliz. Ambos conceptos, lejos de ser meramente estéticos o circunstanciales, son una expresión de nuestro bienestar interior.
Saraha