Si llegaste aquí buscando respuestas, quizá no las encuentres.
Porque cuando la herida está abierta, no hay palabras que la curen.
Solo hay un pulso, un latido roto que dice:
«Quédate conmigo. No me abandones también.»
Hoy quiero hablarte desde ese lugar. No desde la teoría, no desde la fuerza que se presume en redes sociales, sino desde la fragilidad que te arrodilla y, aun así, te deja de pie por dentro.
Cuando todo se siente inestable
Hay momentos en que todo tambalea:
El viento duele.
Un comentario cualquiera se siente como un golpe.
No sabes dónde agarrarte porque nada afuera es seguro.
Entonces descubres la verdad más cruda:
para llegar a esa fuerza interior, primero necesitas arrodillarte ante tu fragilidad.
No hay atajo.
Si te duele, deja que el dolor te invada por completo.
Si te sientes vulnerable, ábrele la puerta.
Solo atravesando la vulnerabilidad puedes renacer.
La paradoja de la vulnerabilidad
Te dijeron que sentir era debilidad. Que si te rompías, perdías.
Hoy sabes que no es así. Que el dolor no te define: te revela.
Porque cuando algo dentro de ti se quiebra, no eres tú quien se rompe.
Son las capas que no te pertenecen, las máscaras, las falsas certezas.
Se rompen… y entonces nace lo auténtico.
Es como cambiar de piel: duele, pero al otro lado está lo verdadero.
Cuando no hay escape… nace la transformación
¿Sabes cuál es la salida? Ninguna.
El único camino es a través.
Miras el dolor, lo abrazas, lo dejas arder hasta que deja de quemar.
No porque alguien vino a salvarte, sino porque aprendiste a sostenerte.
Ese es el poder que nadie puede quitarte jamás.
Si estás aquí…
Si lees esto y cada palabra resuena, si tu pecho está apretado y tus ojos mojados…
entonces esto es para ti:
no hay nada roto en ti.
Hay un corazón que sigue vivo, aunque duela.
Y si hoy puedes quedarte contigo, si puedes respirar en medio del incendio, créeme:
de este fuego saldrá tu versión más auténtica.
«Estoy herida, pero no rota. Mi dolor no me quiebra: me expande.»
- Saraha
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