Hay momentos que no solo duelen: desarman todo lo que creías ser.
Una traición, un rechazo, no es solo un adiós: es un terremoto silencioso que derrumba el suelo, quema el aire y rompe hasta la ilusión más íntima.
Respiras y parece que el aire arde.
Caminas y todo se hunde como un pantano que te jala más y más abajo, aunque intentes escapar.
Yo estuve ahí.
Después de una relación que marcó mi vida, llegó la traición.
Y con ella, el rechazo.
Sentí que todo se derrumbaba a la vez: la confianza, el amor, la imagen que tenía de mí.
Fue brutal.
No dolía solo la pérdida del otro, dolía perderme a mí misma en medio del caos.
Intenté todo para no sentir.
Llené mis días con ruido: salidas, amigos, ejercicio, comida.
Creía que mientras más actividades sumara, menos dolería la ausencia.
Pero era mentira.
Entre más huía, más profundo era el vacío.
Porque el rechazo y la traición no se negocian: se sienten.
Y aunque lo entendía mentalmente, eso no calmaba mi corazón.
Hasta que comprendí algo:
La salida no era hacia arriba.
Era hacia adentro.
No era escapar del dolor, era rendirme a él.
Dejar que me arrodille.
Dejar que queme.
Porque en esa fragilidad que parece insoportable hay una fuerza esperando nacer.
Me di cuenta de que la vida me estaba obligando a mirarme.
A dejar de mendigar amor.
A soltar la ilusión de que el otro iba a salvarme.
Ahí, en el momento en que todo lo falso se rompe, nace lo verdadero.
Y descubrí algo hermoso: cuando una parte de ti se rompe, no eres tú quien se rompe… son las capas que ya no te sirven.
Es como cambiar de piel.
Es doloroso, pero necesario para renacer más auténtica.
Hoy puedo agradecerle a esa experiencia.
No porque la traición fuera justa, sino porque me dio la oportunidad de descubrirme.
Como en el arte japonés del Kintsugi, esas grietas se llenaron de oro.
No las oculté: las transformé en parte de mi historia.
Y hoy son mi fuerza.
Si ahora mismo sientes que no puedes respirar, que todo se vino abajo, te dejo esto:
No pelees con el pantano.
Respira.
Permite.
Llora.
Grita si lo necesitas.
No es señal de debilidad: es tu camino de regreso a ti.
Un día, cuando mires atrás, entenderás que esa herida fue el portal hacia tu versión más auténtica.
Que esa caída era necesaria para que pudieras levantarte distinta: más humana, más fuerte, más tú.
Porque incluso en tus heridas puede nacer oro.
Incluso en la traición puede nacer tu autenticidad.
Ritual simbólico para sanar:
Escribe todo lo que sientes (sin filtros) en una carta: rabia, tristeza, dolor. Léele en voz alta.
Luego quémala con la intención de liberar.
Mientras las cenizas se apagan, repite:
«Me elijo. Me abrazo. Me perdono.»
Blog íntimo de Saraha

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