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¿Alguna vez sentiste que decir lo que sientes es demasiado? 

Que si hablas, vas a perder el amor, la amistad o el lugar que ocupas… 

 Yo viví mucho tiempo así.

Toda mi vida me costó hablar.

Y no, no me refiero a lo lingüístico, aunque hablar un idioma que no es el tuyo también puede ser una barrera. 

Me refiero a algo más profundo: a poder expresar lo que siento, lo que pienso, lo que quiero. 

A decir mi verdad.

De niña, en mi casa estaba prohibido hablar.

No se me preguntaba cómo me sentía, ni qué deseaba. Solo debía obedecer. Callada. Adaptarme. Cumplir. Ser «la buena». La que no incomoda. La que complace.

Y ese patrón se instaló en mí como un reflejo. 

Me volví experta en leer lo que el otro necesitaba, y anular lo mío. 

Para no molestar. 

Para no ser rechazada. 

Para ser amada.

Durante muchos años me mantuve así: silenciada, incluso en los vínculos más íntimos.

Relaciones donde no decía lo que pensaba.

Amistades donde me guardaba cosas.

Y sí, también en la cama: donde me costaba incluso soltar un suspiro.

Vivía ahogada en silencios.


No entendía que el placer, la vida, el amor… se expanden desde una sola raíz: la voz.

Pero hoy lo sé.

Hoy reconozco que cada vez que me doy el permiso de hablar, algo se abre.

Algo se ordena.

Algo florece.

Y me siento más viva.

Al principio creí que si decía lo que sentía, iba a lastimar al otro. 

Me asustaba su dolor, su reacción, su juicio. 

Pero entendí que expresarme no es una agresión, es un acto de amor hacia mí.

No es egoísmo, es autenticidad.

Y cuando me elijo a mí, cuando digo mi verdad, también le doy al otro el permiso de hacer lo mismo.

Invito a la transparencia.

A la intimidad real.

Hoy sé que no tengo que quedarme en un vínculo que me exige callarme para pertenecer.

Porque hay muchas personas en el mundo que vibran con mi verdad.

Que desean una relación desde la honestidad.

Desde el alma.

Desde la libertad.

Y esas son las conexiones que hoy quiero en mi vida.

También lo descubrí en la sexualidad.

Por años fui silenciosa en la cama. Como si no tuviera voz ahí tampoco.

Pero el día que me atreví a gemir, a respirar profundo, a decir lo que me gusta, a susurrar lo que deseo… ese día cambió todo.

Porque el cuerpo habla.

El cuerpo siente.

Y cuando la voz lo acompaña, el placer se expande.

Se vuelve una danza viva.

Una ofrenda.


Hoy, lo más sexy para mí no es un cuerpo perfecto.

Es alguien que se atreve a mirarme a los ojos sin escapar.

Que se muestra.

Que respira su verdad.

Que no juega juegos de poder, sino que se atreve a estar presente, vulnerable, disponible.

Ahí, en esa desnudez emocional, es donde la esencia florece.

Y ahí es donde yo quiero amar.

Soltar la voz no es solo hablar más.

Es vivir más.

Es elegirte.

Es confiar en que tu verdad tiene valor.

Y que no necesitas convencer a nadie.

Solo necesitas ser fiel a ti.


Así que te invito a cerrar los ojos un momento, respirar profundo y preguntarte:

¿Qué verdad dentro de mí ya no quiere quedarse callada?

Escucha sin juicio.

Escucha sin prisa.

Escucha desde el silencio.

Porque cuando eliges tu voz, eliges tu vida.

Y eso…

es el mayor acto de placer.


- Saraha

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