Durante mucho tiempo, creí que el placer era algo que venía de afuera. Un estímulo, un otro, una circunstancia. Pero no fue hasta que comencé a meditar que entendí el verdadero placer: el que nace de habitarme.
La meditación fue la puerta que me permitió desconectarme de la mente y comenzar a habitar el cuerpo. A sentirlo. A descubrirlo no solo como una herramienta, sino como un templo. Y cuando eso ocurrió, fue como si se encendiera una luz dentro de mí. Una luz cálida, suave, profunda… que iluminó cada rincón de mi sentir.
Fue a través del silencio que comencé a escuchar.
Fue a través de la presencia que comencé a tocarme con conciencia.
Fue a través de la respiración que el gozo se volvió real, tangible, presente.
Hoy puedo decir con certeza:
Si quieres aprender a amar, medita.
Si quieres aprender a vivir, medita.
Si quieres aprender a sentir placer, medita.
La meditación no es solo una práctica espiritual. Es una llave. Es un acceso directo al tesoro más sagrado de la vida: el sentir.
Gracias a mis prácticas meditativas, y a ciertas técnicas corporales que las acompañaron, hoy mi relación con el placer ha cambiado para siempre.
Ya no lo busco. Lo habito.
Ya no lo persigo. Lo invito.
Ya no me desconecto. Me quedo.
Porque la clave, fue, es y será: meditación.
- Saraha
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