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Hay un lenguaje que no necesita palabras. Una forma de amar que no se dice con la boca, sino con la piel. 

Empieza en lo más simple: un saludo con las manos, un roce casual, un abrazo que dura apenas unos segundos… pero deja algo. El tacto es uno de los primeros lenguajes que aprendemos. Y, sin embargo, lo olvidamos con los años, como si solo fuera útil para el deseo o la formalidad. 

Pero el toque, el contacto verdadero, puede ser una oración. Una presencia. Un «estoy contigo» sin decirlo. 

Yo lo he sentido. 

Durante un retiro de silencio, Vipassana, mi cuerpo pedía a gritos un abrazo. Era como si todas mis células extrañaran el contacto humano. En ese silencio profundo, me di cuenta de cuánto lo necesitaba. También lo viví cuando regresé a Rusia después de años en Sudamérica. Me parecía tan frío saludar sin un beso o un abrazo… El cuerpo lo notaba. Extrañaba ese gesto cálido que dice «me importas». Lo sentí tras una separación de pareja. No era el sexo lo que más dolía perder, sino ese abrazo donde uno se desarma y el otro simplemente está ahí… diciéndote sin palabras: «No estás sola. Estoy aquí para ti.» 

Y claro… no podemos ignorar lo que trajo la pandemia: un mundo sin abrazos, sin toques, con distancias que se volvieron más que físicas. Todo cambió. Y muchos todavía llevamos esa falta como una herida abierta. 

En un mundo que habla tanto, el silencio del tacto a veces lo dice todo. Cuando acaricio, cuando toco con atención, cuando abrazo sin prisa… estoy diciendo «te veo, te siento, estás a salvo». Es un lenguaje que habla más profundo que las palabras. Un «te acompaño, te cuido, te acepto». Porque hay toques que alivian. Hay abrazos que sostienen más que mil consejos. Hay manos que cuando tocan, despiertan memorias dormidas. 

Y cuando tocamos con amor, con presencia y desde el corazón, no solo tocamos un cuerpo, tocamos un alma. 

El contacto consciente es medicina. 

No hablo solo del encuentro sexual o íntimo. 

Hablo de una mano que se apoya en otra. 

De un brazo que abraza sin miedo. 

De un cuerpo que se entrega sin necesidad de hacer nada más. 

Tocar también puede ser mirar con ternura. 

Tocar puede ser estar. Respirar al lado de alguien. 

Tocar es un arte… El arte de amar sin palabras. 

El tacto, en su forma más pura y simple, nos recuerda que somos seres de conexión, que no estamos hechos para vivir aislados, sino para estar en relación con los demás. Nos habla de vulnerabilidad, de presencia, de aceptación. En un mundo tan acelerado, donde nos olvidamos de hacer una pausa para sentir, el toque nos invita a regresar a lo esencial: a lo que no se puede verbalizar, pero sí experimentar. 

Es un acto de amor que podemos ofrecernos a nosotros mismos y a los demás. Un toque no tiene que ser perfecto ni definido, solo tiene que ser genuino. Nos conecta con el momento presente, nos recuerda que estamos vivos y que lo único que realmente necesitamos, más allá de las palabras, es el contacto auténtico con los demás. 

Así que te invito a que prestes atención a esos pequeños gestos. A un abrazo más largo, a la mano que se posa sobre el hombro de un ser querido, a un simple roce que puede expresar todo lo que las palabras no logran. El tacto es un lenguaje sagrado que, cuando lo escuchamos, nos permite amar más plenamente.

Saraha

Blog Sexualidad Consciente

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