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Si crees que quitarte la ropa es difícil…

te confieso algo: eso no es nada comparado con abrir el corazón.


Porque entrar en una intimidad emocional, donde realmente estás desnudo,

es mucho más excitante…

y también mucho más vulnerable.


Requiere valentía. Requiere entrega.

Requiere dejarte ver… de verdad.


En mi vida me he desvestido y vestido más veces de lo que puedas imaginar.

No es una metáfora.


Fui nadadora… y también entrenadora.

La piscina fue mi segundo hogar, el agua, mi mejor amiga.

Pasaba gran parte del día allí, quitándome la ropa y poniéndomela al menos dos veces al día, caminando en bikini como quien camina en su propia piel.

Era tan natural como respirar.


Pero cuando empecé a trabajar con la apertura del corazón, descubrí que lo difícil no era quitarme un traje de baño… sino quitarme las corazas.

Y ahí, confieso, casi no supe por dónde empezar.


En Rusia, donde crecí, y en gran parte de Europa, desvestirse no tiene tanto misterio. Es cotidiano, es simple.

En Bolivia, donde viví y trabajé, noté más pudor, más barreras, más «cubrir» que «mostrar». Y como pasa con cualquier entorno, terminé absorbiendo un poco ese patrón. La cultura nos moldea sin pedir permiso.


Y lo mismo ocurre en la intimidad.

Cuando uno se siente incómodo con su propio cuerpo, abrirse ante otro se convierte en una tarea imposible. Pero cuando estás en paz contigo, esa seguridad se vuelve un imán. La energía se comparte, el otro se relaja… y el encuentro se vuelve un verdadero abrazo.


Con el tiempo, descubrí que no solo la cultura nos abre o nos cierra: el clima también.

Viví en países fríos y en países cálidos, y mi cuerpo lo sabía antes que mi mente.

En Perú, por ejemplo, con el sol desde el amanecer hasta la noche, y con la piel casi siempre descubierta, sentí cómo mis corazas internas se ablandaban. Me volvía más ligera, más dulce, más abierta.


Vestirse y desvestirse va mucho más allá de la ropa.

Es también un ejercicio de mostrarse y esconderse, de sentir el calor que nos expande y el frío que nos contrae, de reconocer los hábitos que heredamos y atrevernos a cambiarlos.


Porque al final, lo que realmente se desnuda… no es el cuerpo.

Es el corazón.


- Saraha


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