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Hoy el mar me regaló una lección. 

Estaba flotando, sintiendo esa paz inmensa que solo llega cuando me entrego. El agua me sostenía sin esfuerzo. Solo era yo, respirando, sintiendo, existiendo. 

De pronto, la mente apareció: «Haz algo, muévete, nada contra la corriente, avanza más». Y le hice caso. En un instante, pasé del fluir al forzar, del sentir al pensar. ¿El resultado? Me lastimé los pies. 

Me quedé ahí, en silencio, y entendí: cuando dejo de escuchar a mi sentir y actúo desde la mente que quiere controlar, la vida me pasa factura. No como castigo, sino como recordatorio. El cuerpo se convierte en voz cuando no escucho el corazón. 

La vida es como el agua: 

• Cuando confío, me sostiene. 

• Cuando lucho contra la corriente, me lastimo. 

¿Cuántas veces nos pasa lo mismo fuera del mar? Queremos forzar situaciones, acelerar procesos, controlar lo que simplemente pide tiempo. Nos olvidamos de que la vida sabe hacia dónde nos lleva, igual que las olas saben llegar a la orilla. 

Hoy cierro un ciclo y me abro a otro. Y lo hago desde aquí: desde la certeza de que fluir es mi camino, no luchar. Me llevo un mantra: «Si confío, la vida me sostiene.» 

¿Y tú? 

¿Cuántas veces tu cuerpo te ha recordado lo que tu corazón ya sabía? 


- Saraha

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